jueves, 2 de octubre de 2008

Verónica

Eran los años ochenta y en la pequeña isla del mar mediterráneo hacía un día deslumbrante. La vida era un cielo maravillosamente azul y el horizonte una línea de casas de un color blanco inmaculado. Verónica tenía veinte años, un cuerpo adolescente, y unos ojos rasgados que escondían una mirada clara y profunda como aquel mar. Pasamos varios meses viviendo juntos en un mundo fuera del mundo. Recuerdo el modo en que me fascinaba pasar todo el tiempo con ella, contemplarla mientras dormía, hablar de sus sueños y sus anhelos cuando se iba aponer el sol, o adivinar que es lo que pensaría cuando se quedaba mirando fijamente al fuego, o a la luna, cuando brillaba, inmensa y llena, sobre el agua en calma del mar.
Así pasó la primavera y llegaron los turistas, las fiestas, las resacas… Verónica bebía con el furor de una adolescente que desea apurar hasta la última gota de ese contacto intenso con la vida. Conoció a mucha gente, fumaba marihuana y opio, probó la mescalina, se hartó de LSD…
Un día me dijo que se iba con un tipo delgado y alto. La acompañé hasta el puerto. Cuando se despidió me dijo: “mantente vivo y fuerte, no pierdas el contacto con la vida”. Me dedicó su más tierna sonrisa, me acarició muy suave una mejilla, me dio un beso en los labios, y se subió a aquel barco.
Pasaron cuatro años. Yo caminaba solo por la calle de una ciudad cualquiera. Miraba al suelo cuando vi unos vaqueros cubiertos de parches de colores. Levanté la mirada, tenía que ser ella. La había visto tantas veces coserse en los vaqueros esos parches…
Era ella y estaba embarazada. La presté algún dinero. Quería ir a Londres a abortar.
No la volví a ver durante mucho tiempo. Yo pasaba una mala racha y andaba en un suburbio. Allí me la volví a encontrar. Había probado la coca y la heroína, ya no era la de antes, había perdido el brillo su mirada, pero aún tenía un resto de aquella intensidad. Me despedí de ella. Sabía que no la volvería a ver. Le dije: “mantente viva y fuerte, no pierdas el contacto con la vida”, no dijo nada, casi no sonrió. Le di un beso en los labios y me marché de allí.
Esta mañana, de nuevo, en un pasillo blanco, me la he vuelto a encontrar. Cuidados Paliativos. Se muere, está casi a mi lado, en la puerta de enfrente. Llega el doctor, me pone una inyección, y al rato, dulcemente, el mundo se disuelve junto a este gran dolor.

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