miércoles, 15 de octubre de 2008

Otoño, en una esquina del universo

Recuerdo, en la otra orilla, la ladera del monte cubierta de árboles y rocas. Era a principios de otoño, y en la naturaleza se mezclaban los colores calientes con los fríos. Algunas hojas dejaban en el aire manchas verdes. Las rocas eran negras, con fuertes sombras grises, y en las zonas por donde discurría el agua saltaban reflejos plateados. Las copas de los árboles del bosque eran un entramado confuso de manchas amarillas, ocres, siena, granate. Todo flotaba sobre una nube vegetal de color verde oscuro, peinada por el viento. Era un viento ligeramente frío que anunciaba que todo ese color formaba parte de un latido fugaz que acabaría con las primeras nieves del invierno.
Recuerdo aquel otoño, en la otra orilla, el prado estaba cubierto de lavandas, y un poco más arriba, de extensas manchas verdes de gayuba. El agua del lago reflejaba todo el color de ese maravilloso mundo, y en la parte más alejada, el sol doraba el pasto como una bendición.
Te tumbaste a mi lado. Estabas fascinada con el calor del sol. Mirabas el azul del cielo. Te vi desabrocharte la camisa. Llevabas un sujetador de color blanco. Te di un beso en el pelo y me quedé observando. Todo estaba en silencio. Yo pensaba en cometas cruzando el firmamento, volcanes, glaciaciones, galaxias, universos... Estrellas y planetas. Azares y destinos, nacimientos y muertes, dioses, demonios, guerras... Cuántos fenómenos se habían materializado en el inmenso caos de nuestro espacio-tiempo, para que ese sujetador, tú y yo, llegáramos por fin a coincidir en la orilla de un lago de montaña.

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