lunes, 20 de octubre de 2008

En un lugar sin tiempo

Cuentan que el día en que el señor Bouillard desembarcó en la Isla de Saint James encontró, semienterrados en la arena de la playa, los restos de un viejo galeón del siglo XV. Extrañado y molesto, pues había imaginado ser el primero en poner los pies en esas tierras, regresó a su goleta, y reanudó su travesía hasta alcanzar otra isla, situada unas millas en dirección sureste. La rodeó sin encontrar ningún rastro de civilización y al caer la noche decidió fondear en una amplia bahía.
Al día siguiente, con las primeras luces del alba, el señor Bouillard se puso su mejor camisola y encima una casaca. Ordenó que doce de sus hombres, armados con alabardas y espontones, subieran a uno de los botes y, convencido de que iba a conseguir al fin su anhelado objetivo, se dirigió a tomar posesión de aquella inexplorada tierra para honra, gloria y honor del rey de Francia.
Apenas habían abandonado el barco cuando, de pronto, oyeron un estruendo atronador. Algo inmenso, tan grande como nunca habían visto antes, había encallado en el arrecife, junto a ellos. El objeto infernal había surgido de la nada y parecía un barco a medio terminar, pues carecía de mástiles y velas.
Ajeno a la perplejidad del bueno del señor Bouillard, sobre el puente de mando del navío de la armada americana Cyclops (AC-4), el lugarteniente G.W Worley, y tres de sus suboficiales, perplejos, miraban a su alrededor, mientras se preguntaban cómo demonios habían ido a parar a ese lugar y porqué había fondeada junto a ellos una vieja goleta.

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