miércoles, 22 de octubre de 2008

El nombre del rey

Les han hecho pasar a una habitación estrecha. Las paredes son de baldosas blancas. Hay una mesa, y en la mesa, un doctor. Es un señor mayor, de aspecto campechano, con poco pelo y bigote. Lleva una bata blanca.
Pegada a la espalda del doctor hay un armario, también de color blanco, repleto de cajas de medicinas. Federico siente un ligero escalofrío. Nota que está destemplado y se da cuenta de que es todo ese color blanco lo que le produce ese desasosiego. Su mujer, Ana, está a su lado, y, sentada en una silla junto a ellos, está su madre.
─Isabel, vamos a ver –dice el doctor con su mejor sonrisa─, ¿hace mucho que la han operado?
Isabel no contesta.
─Hace quince días –responde Ana─.
El doctor levanta la vista y mira a Ana.
─Deje que conteste ella.
─Isabel… Isabel –dice de nuevo el doctor, dando golpecitos a Isabel en el brazo─. ¿Antes de operarse podía ir usted sola al baño?... ¡Isabel! –dice alzando la voz y apretando más fuerte su brazo─, ¿me oye.. Isabel?
La anciana no responde, mira a la mesa. Diríase que está pensando en un suceso muy lejano. Luego, tímidamente, dice: “si, pero no me puedo agachar”.
El doctor continúa:
─Isabel. ¿Qué año nació?
─En mil novecientos…
Isabel no dice nada más. Todos esperan. Se hace un silencio interminable entre los cuatro. Federico y Ana se miran. Federico piensa: ¿es que nunca va a terminar esto?
─Isabel –continúa diciendo el doctor─: ¿cómo se llama el rey de España?
La anciana no responde, se agarra con fuerza las manos, las mejillas se le empiezan a poner coloradas. Gira la cabeza y mira a Federico. Parece a punto de echarse a llorar. Luego se vuelve y mira fijamente la carpeta con papeles que hay sobre la mesa.
Federico observa el pelo de su madre. Ayer por la tarde Ana la llevó a la peluquería, pero esta noche se ha despeinado. Su pelo, completamente blanco, lanza pequeños reflejos azulados a las paredes.
Federico siente que ya no aguanta más.
─Mamá, no te preocupes –dice, apoyando la mano en su hombro─, esto no es un examen… Sólo quieren ver cómo andas de memoria.
La anciana piensa un momento, luego dice:
─Si lo sé. No lo entiendo… Si lo tengo en la punta de la lengua… Es… Fernando o Francisco… Francisco y algo… ¡Francisco de Borbón! –dice de pronto, con una sonrisa de triunfo en sus labios. Federico mira al suelo. Se está poniendo enfermo. Necesita tomarse un café. El frío de la habitación le está calando los huesos. El doctor apunta algo en uno de los papeles que hay sobre la mesa. Luego se levanta y lleva aparte a la pareja.
─Muy bien, dice, se queda aquí. Ahora vendrá una enfermera y la llevará a su cuarto. Ustedes pueden irse.
─Ana dice: ¿pero estará bien? ¿A qué hora podemos venir a verla?
─Pregunten en recepción. Allí les dirán todo.
Federico mira a su madre y recuerda un perro que tuvo de pequeño. Era un pastor alemán. El perro le adoraba. Una vez, jugando, tiró por accidente al suelo a un niño pequeño. Los denunciaron y tuvieron que deshacerse de él. ¿Porqué se acuerda ahora de eso? La anciana permanece sentada en la silla, obediente, mirando a la pared blanca del fondo. No se mueve. Diríase que no respira. La anciana está desconcertada. Sabe que es importante recordar cual es el absurdo nombre del rey de España. Sabe que está en alguna parte, dentro de su cabeza, muy cerca, casi lo tiene al alcance de la mano, lo ha visto en un programa de televisión…

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