lunes, 23 de febrero de 2009

Igual que nuestras almas

Detrás de cada esquina se esconde un cambio. Él lo decía siempre. Una mañana nos encontramos solos, en medio de una lluviosa realidad. Eran las siete de la mañana de un día de invierno. El parque estaba vacío. El lago tenía un aspecto destemplado, igual que nuestras almas, y una pequeña bruma se extendía sobre el agua dando a la escena un toque de irrealidad. La hierba estaba empapada y estábamos sentados en un banco junto a nuestras mochilas. Teníamos catorce o quince años –ya no recuerdo bien-, y toda una vida por llenar.
-¿A que hora sale el autocar? –le pregunté a mi amigo.
-A las nueve -me respondió.
¿Tenemos algo de comida?
-He cogido unas latas.
-Estoy deseando largarme de esta ciudad.
-¿Sabes?, cuando pienso en lo que estamos haciendo se me acelera el corazón.
Los dos nos mirábamos de vez en cuando, sin decir nada. Lo hacíamos para comprobar que el otro seguía allí. Pasamos un buen rato observando el lago. El tiempo empeoraba y yo miraba con aprensión el aspecto del cielo. Un cisne daba vueltas, picando aquí y allá.
La historia que habíamos empezado no tenía marcha atrás –al menos eso nos parecía entonces-. Un coche patrulla pasó despacio, delante de nosotros, y ocultamos el rostro, mirando hacia otro lado. Cuando el coche se fue recobramos la calma. Delante de nosotros, el tiempo de la vida se extendía como una gran llanura abierta al infinito. Nada que ver con esos otros días de colegio, rodeados de fracasos y suspensos.

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