miércoles, 11 de febrero de 2009

Los papeles del señor du Pres

El señor du Pres era un matemático constante, paciente, esforzado, preciso, infalible... Uno de esos científicos que aparecen como estrellas fugaces en la tierra, y que, cuando se van, dejan un vacío total, un agujero negro que nadie puede llenar en muchas décadas.
El día en que le conocí yo estaba sentado en un banco del parque y él llegó caminando despacio, con la mirada perdida, y varios papeles, escritos con tinta negra, en cada mano. Sin darse cuenta de mi presencia, se sentó junto a mí y comenzó a murmurar una especie de letanía.
Yo le dejé hacer. Observaba su rostro y sus manos -gesticulaba, agitando los papeles, como si discutiera con alguien que yo no podía ver-, paraba un instante y luego continuaba con su diálogo sin interlocutor.
Estuvimos así, el uno junto al otro, durante un espacio de tiempo que no sabría precisar. Tal vez una hora o dos. Yo estaba fascinado. A veces se quedaba mirando al cielo, y de pronto, trazaba líneas imaginarias que unían lo que yo imaginaba serían colosales planetas, estrellas errantes o misteriosos cometas que dejaban su estela de luz a través del espacio. Reconocí en él los rasgos de un conocido científico que el fin de semana anterior había sido entrevistado en un diario. Yo había leído el artículo con gran interés, pero ahora, por alguna extraña razón, lo había olvidado. Lo único que podía recordar era que hablaba de algo relacionado con los orígenes del mundo y de la astronomía y que la comunidad científica le había criticado, tachándole de loco y visionario.
En un momento dado, mientras le observaba, de pronto pareció encontrar algo, se quedó mirando un punto invisible en el cielo, consultó sus papeles una y otra vez, y noté como su rostro se iba poniendo pálido y una expresión de espanto fue creciendo en sus ojos, hasta que todo él -sus manos, su cuerpo, hasta el último poro de su piel-, se fue crispando hasta formar la imagen contraída del horror más profundo e inhumano que yo hubiera visto jamás. Se levantó y seguidamente cayó al suelo. Intenté levantarle, pero fue inútil, al instante de tomarlo en mis brazos me di cuenta de que había fallecido.
Hoy hace siete días de eso. He regresado al parque. He venido a buscar esos papeles. No los encuentro. Miro en las papeleras, tras los arbustos, busco por todas partes. Desde ese desdichado día en el que coincidí con el señor du Pres no consigo dormir. He leído todo lo que se ha publicado sobre él y no he encontrado nada. ¿Qué vio ese hombre?, ¿qué imaginó?, ¿que oscuro destino nos espera? El cielo está nublado y el parque está en silencio. Es un silencio pesado, cargado de presentimientos. Ya es de noche. No hay viento. Las nubes no dejan ver el cielo. No puedo imaginar que es eso que nos acecha, pero no puedo apartar de mi memoria la imagen de terror grabada en los ojos del pobre anciano y sé que lo que quiera que sea está ahí arriba, y es algo muy real. Algo terrible que está muy cerca ya. Miro a mi alrededor, no hay nadie. Quisiera huir pero no sé hacia dónde dirigirme. Me cuesta respirar; quiero tranquilizarme, pensar, pero no lo consigo. Estoy seguro, lo sé. Nos queda poco tiempo.

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