lunes, 2 de febrero de 2009

Un lunes cualquiera

Andrés miró a su alrededor. Esa mañana se sentía extraño. Había dormido mal y decidió dejar el coche e ir en autobús. Ya no recordaba la última vez que subió a un autobús. Se quedó parado delante del conductor esperando que sucediera algo, pero pasaba el tiempo y no sucedía nada. Luego, por fin, le preguntó cuanto costaba el viaje. El conductor le dijo el importe y él pagó. Se dirigió a la parte central y se situó de pie frente a la puerta. No había demasiada gente pero todos los sitios estaban ocupados y se quedó allí, parado, observando todo lo que sucedía a su alrededor. El autobús parecía pequeño y opresivo; pensó que los viejos autobuses que él recordaba eran más grandes. Los asientos, las barras para agarrarse, los pasillos, todo parecía haber encogido.
Miró el reloj, pero no supo que hora era. Volvió a mirarlo y se quedó tranquilo, pero al instante comprobó que lo había olvidado. Luego cayó en la cuenta de que no había mirado el número del autobús al que se había subido. Miró con aprensión por las ventanillas pero reconoció unos bloques de casas y una calle que estaba en cuesta. Parecía ir por la ruta correcta. Se quedó un poco más tranquilo.
Entonces buscó la cartera en el bolsillo de su chaqueta y no la encontró. ¿Se la había dejado en casa? No podía recordarlo. Seguramente si. Tanteó varias veces en todos los bolsillos y luego volvió a repetir la operación. Sintió que se ponía nervioso ante esa incapacidad para concentrarse. No está, tuvo que decirse a sí mismo, para zanjar el tema. Llamaré a casa cuando llegue a la oficina.
El autobús se detuvo en una parada y él se bajó. Estaba en la puerta de un hospital. ¿Porqué me he bajado aquí?, pensó. Recordó que su oficina estaba situada justo en la otra punta de la ciudad. Lo recordó con toda claridad. Lo que no podía recordar era porqué había terminado allí. Miró el reloj. Era muy tarde, ya no iba a llegar a trabajar. ¿Qué estoy haciendo aquí? Le parecía estúpida toda esa historia. Cada vez estaba más nervioso. Sintió una extraña ansiedad que le aplastaba el pecho. Le costaba respirar y le dolía bastante la cabeza. Caminó un poco por la acera; entonces vio el cartel: urgencias, y entró dentro. Era un hospital de niños pero le atendieron igual. Cuando le sacaron tumbado en la camilla le dijo adiós a un niño con la mano; el niño tenía vendada la cabeza. Una ambulancia le trasladó a otro centro. Allí le hicieron una resonancia y varias pruebas más, pero para entonces él ya no hablaba ni recordaba nada. A las nueve de la mañana el tráfico era un caos. La gente cruzaba los semáforos de prisa y los coches no avanzaban. Había comenzado a llover. Un médico escribió el parte de defunción. Era un lunes cualquiera en cualquier parte.

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