miércoles, 20 de enero de 2010

El tiempo

Algunas veces me paro a contemplar el tiempo. Lo veo dilatarse en los ojos de los niños y luego, sólo un poco más tarde, contraerse en los ojos de los ancianos. Me fascina observarlo. No hay dos tiempos iguales. Hay un tiempo que huye –es el tiempo del amor y la belleza-, y un tiempo que se esconde –el tiempo de la sabiduría-. Hay un tiempo que dura eternamente –el tiempo del frío y la derrota-, y un tiempo que corre y se atropella -el tiempo de las noches de verano-. Cada uno de nosotros vive de una manera diferente el tiempo –la gente no comprende bien porqué siempre dispongo de un tiempo ilimitado-. Unos ocupan todo el tiempo del día y de la noche y así olvidan sus penas, o huyen de sus fracasos, otros no se ocupan de nada y sólo se limitan a agotarlo.
Todo tiene su tiempo, y cada instante, toma del mismo tiempo su forma misteriosa de existir.
Aquella tarde a finales de verano, ella miraba fijamente al cielo. Pasé mucho tiempo observándola, tratando de entender lo que miraba. Después de algunas horas, cuando ya casi se ponía el sol, comprendí su secreto. Miraba hacia un lugar del cielo. Un punto muy concreto en el espacio, por donde a todos se nos iba escapando el tiempo. Cuando lo comprendí, yo también pude ver lo que pasaba: como la fina arena de un reloj, el tiempo llegaba hasta ese punto y luego pasaba y se perdía, de un modo inexorable, al otro lado.

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