miércoles, 27 de enero de 2010

Manchas de tinta en el papel

Bloque de casas: un cuarto diminuto en un piso bajo, y en él, inclinado sobre una mesa, un hombre bajo una lámpara pequeña que apenas ilumina el espacio del folio en el que escribe. Enfrente, una contraventana cerrada desde siempre, que da a un patio interior. En el patio se oyen voces y ruidos de platos. Un matrimonio discute tres pisos más arriba, un niño llora, un perro ladra. Nadie parece feliz. Hace frío.
Al hombre, que tiene las manos heladas y lleva puesto un jersey de lana, el invierno se le está haciendo interminable. Su vida, su pasado, su gente, su trabajo... Todo ha quedado atrás. Apenas queda nada ya que no esté destrozado. Mira un viejo reloj que tiene la correa rota: es tarde, es demasiado tarde, pero esta noche tampoco va a dormir. Igual que lleva haciendo desde hace mucho tiempo, va a anestesiar su corazón con un libro gastado.
El hombre sabe que no hay ningún camino que lleve adonde habita él, y aunque vive rodeado de esa gente –en el patio se oye la voz de un hombre, un plato se estrella contra el suelo, una mujer da un grito, llora un niño, se cierra de golpe una ventana, ladra un perro...-, el hombre sabe que no hay ningún camino. No existe para nadie desde hace mucho tiempo.
Pasan las horas y aún sigue escribiendo. Borrosas manchas de tinta en el papel. A ratos, de pronto se detiene, se frota los ojos irritados. Sacude la cabeza. El relato no avanza, no le gusta una mierda lo que escribe. Pero escribe y escribe mientras la noche se pierde en un viaje sin destino. No queda ningún puente que lleve adónde está. El hombre contempla las palabras que ha escrito en el papel y siente que ahora también se le va helando el corazón. Otra noche de invierno, otra derrota más –sacude la cabeza, el niño no para de llorar, la mujer grita, se oye ruidos de platos rotos, de muebles desplazados, de golpes, de carreras...-. Lo cierto es que no sabe porqué sigue escribiendo. El invierno parece que nunca va a acabar. La noche es demasiado fría. Cierra los ojos y el mundo se extingue para él. Su alma se funde con el frío. Lo último que puede recordar son aquellos ojos llorando junto al mar. En su sueño no necesita más.

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