lunes, 18 de enero de 2010

Muros

Nueve de la noche, se pone el sol y en el mundo no queda ni un sólo lugar en el que refugiarse. Los días se suceden y alrededor del caos los hombres siguen levantando muros de piedra; enormes muros de piedra con los que protegerse de otros hombres que, igual que ellos, también construyen muros. Y los muros se multiplican y dividen los campos y las ciudades. Los muros lo cubren todo. Nadie puede moverse. Los hombres han perdido su libertad. Las mujeres también, sólo quedan los niños que aún no saben de muros, ni tienen ni una sola experiencia del terror. Los niños no saben nada de nada y saltan los muros con la facilidad ingrávida de un gato, hasta que alguien llega y les cuenta porqué se construyeron. Siempre hay alguien adulto que cuenta a los niños este tipo de cosas. Los niños le escuchan con los ojos muy abiertos. ¿Los ves? ¿Ves ese brillo de asombro en el fondo de sus ojos de niño? Entonces los niños de un lado y otro, sin entender porqué, un día se tiran piedras. Primero es un juego alegre, lleno de gritos, de risas y de carreras, luego llega el dolor y el sufrimiento del que recibe el impacto de alguna de esas piedras que ahora son sus juguetes. Y así los niños, de pronto se transforman en hombres que no tienen ni idea de todo el sufrimiento que van a tener que soportar. Pero eso da lo mismo porque forma parte de otra historia mucho menos interesantes. La historia de los hombres que dejan de ser niños. Una historia aburrida que siempre termina igual.
Se pone el sol y, qué cosa más paradójica, en este mundo lleno de muros nadie se siente a salvo.

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