domingo, 28 de febrero de 2010

Pasada la tormenta

Pasada la tormenta, salgo a revisar como está mi universo. Son las seis de la mañana y todo parece en orden. Las calles siguen mojadas, pero no llueve. No se ve a nadie, quizás porque aún es demasiado temprano para existir despierto, pero cuando presto atención oigo cantar al pájaro de la mañana. Se le oye claramente, encaramado en una esquina del tejado. Lanzando al aire su canto peculiar.
A estas horas de la mañana la atmósfera está limpia, extrañamente limpia, como si a lo largo de las horas de noche se hubiera ido quitando de encima cualquier resto del día anterior. Ella se ha despertado y me ha visto salir. Desde la cama me ha preguntado si ya estaba mejor. He murmurado que volvería pronto y la he dejado allí, tranquila y cálida, como las brasas de una chimenea en pleno invierno. Pienso en lo afortunado que soy por ser capaz de oír el canto del pájaro en el tejado.
Las nubes corretean aún por este cielo gris. El viento ha derribado el gran pino de mi rincón del bosque, y el pino, en su caída, ha aplastado a un ciprés. Pienso en la forma que toma el viento entre los árboles. En el destino que derriba las cosas. En cómo todo pasa y acaba derribado y roto, sobre la tierra. Pienso en los grandes gestos que nadie puede ver. Pienso en los héroes y en las derrotas, en caminos marcados que acaban en ninguna parte, en bosques vacíos, en navíos que zarpan de algún puerto para no regresar. Pienso, y mientras camino, alguien ha colocado una hermosa luna llena, redonda y perfecta, en este cielo gris de la mañana. No la había visto, tan hundido estaba en mis pensamientos. No se oye un ruido, los árboles del bosque guardan silencio.

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