lunes, 9 de agosto de 2010

En mi alma

Mi alma es una casa donde habitan algunas especies animales –abisales marmotas, jilgueros acabados, ratones eruditos que no saben leer…-, tal vez por eso me baño en cada río, me bebo en cada fuente, me entierro cada noche de verano, mientras el bosque ruge, los árboles se agitan, el mundo se estremece, y tu cuerpo también. No sé, algunas veces siento que en mi alma se esconden tantas cosas que creo que he perdido las ganas de entender.
Pero el espacio azul reclama a cada paso mi presencia. Lo escribo y me despliego en un intento vano de hallar un equilibrio, pero hasta el infinito se me queda pequeño. Nunca sucede nada, mientras todo sucede en realidad.
Y continúo aquí, siguiendo mi camino cada día, y sigo y sigo y sigo, y todo se transforma. Se crea, se destruye, se vuelve muy pequeño y más tarde se pierde muy atrás. El tiempo es un enigma que no consigo descifrar.
Hace demasiado calor para intentar vivir esta noche así que permanezco mucho tiempo bajo el agua. Pasan las horas, me tomo otro analgésico. Tú duermes. Mientras tanto, mi cerebro escribe sin lápiz ni papel. Aún no sale el sol y sin embargo, a ratos, el mundo se ilumina en nuestro cuarto. No queda ni un rastro de vida alrededor. Al otro lado de la persiana el mundo entero es un desierto. El aire se transforma en arena irrespirable, la noche entera es una duna que hay que superar. El tiempo se detiene. Solos, los dos, a la luz de la luna, navegamos en un mar sin agua, rodeados de estrellas. Te miro: sonríes. Con tus ojos me dices: mientras brillen todas esas estrellas debemos seguir.

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