martes, 10 de agosto de 2010

sobre ella

Madrugada: la luna ya está alta en el cielo y el mundo permanece en calma. Se ha levantado una ligera brisa que mueve las copas de los árboles. El bosque murmura historias indescifrables que hablan de cosas que sucedieron hace ya mucho tiempo. En el valle, sin hacer ningún ruido, se deslizan los pájaros. La vida detiene su respiración. Yo escucho: es la gran melodía del mundo. El paisaje resplandece bajo el silencio absoluto de esta luz plateada. Brilla el agua del río. Misterio.
A mi lado, ella duerme. Su pelo huele a tierra mojada, a tormenta de verano, a una mezcla de hierbabuena y menta.
La observo dormir: es hermosa, infinita, es eterna. Bajo la luz de la luna toda ella se despliega en mi mente y la imagino como un animal perfecto, descansando en la escarcha del cielo. No hay palabras, no hay sueño capaz de contener esto que siento. El tiempo de la noche se estremece mientras yo la contemplo. Silencio: ella duerme, suspira, sonríe. Duerme profundamente. Yo la observo.
Ella trae consigo, en su cuerpo, los caminos del bosque, las lunas del mundo, las noches, los ríos, los peces, las nubes, el color de la gran primavera , el viento de todas las latitudes, la bondad, la inocencia y la calma esencial, la palabra, las horas, el tiempo… Ella es la gran fascinación que se esconde en todo lo que existe, la belleza, el misterio, de las olas del mar, el sabor de la sal, los paisajes primeros, el pasado, el futuro, la fiebre.
Ella duerme tranquila; no lo sabe: desconoce su propio poder, sin embargo, infinita y perfecta, ella, a cada momento, hace posible toda esta gran transformación de mi universo, es el canto, la risa, la alegría, la luz, el color de la hierba; es la luna y el viento, es lo eterno, el latir de los tiempos de mi corazón.

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