jueves, 19 de agosto de 2010

Mal tiempo

Aquella mañana las cosas no estaban nada claras: en el jodido infierno del vivir llovía copiosamente y yo andaba perdido entre un tráfico atroz de sentimientos. El conductor del taxi quería darme conversación, pero yo no estaba por la labor de hablar de nada. Eran las nueve: plena hora punta. A la entrada del aeropuerto habían colisionado un par de coches y el atasco era monumental. Yo miraba el reloj: aún tenía tiempo. Por suerte, ya no era capaz de encontrar una sola razón para amargarme más. Respiré hondo, traté de no pensar.
Atrás quedaban diez días de aislamiento emocional en un lugar extraño, cuatro bellos recuerdos, una historia de amor inesperada, una migraña, y un vacío febril, interminable. Miré en mi interior y todo lo que vi quedaba lejos. Sentí que me costaba respirar. ¿Quién soy? Sentí que era sólo un jodido ser humano, perdido, estúpido, sombrío, absurdo y amargado. Miré por la ventanilla del taxi: tenía cuarenta años, se me estaba cayendo el pelo y ya estaba acabado. Por fin llegamos a la terminal. Recordé su mirada, la forma en que me dijo adiós. A su manera, probablemente me había querido un par de días. Nunca podría saberlo de verdad. De nuevo sentí esa sensación profunda de vacío, de soledad. Necesito sentir que sigo vivo, -pensé-. Necesito encontrar una razón para continuar.
Pagué al taxista –me estafó, como siempre-, y entré en la terminal. Fui hasta los mostradores. Se había formado un buen follón. Habían cancelado muchos vuelos. Daba lo mismo; estaba solo. No me esperaba nadie. Me senté en un sillón. A mi lado estaba sentada una mujer. Era alta, rubia, tenía aspecto de ser inteligente, y estaba tan sola como yo. El día iba a ser largo.
-¿Vas a Madrid? –le pregunté.
-Si –contestó.
Me contó que trabajaba de ejecutiva de cuentas en una empresa multinacional, que pasaba su vida en los aeropuertos, que no tenía tiempo para nada. Yo le dije que era poeta. Ya sabes, uno de esos tipos “cagapoquito” que escriben cosas tristes. Ella rió al oír aquello. Nunca antes había conocido a un poeta –añadió-. Charlamos, cancelaron el vuelo, nos fuimos juntos a un hotel. A la vuelta regresé solo al aeropuerto. Llovía. El tráfico estaba fatal. Yo miraba el reloj: aún tenía tiempo. Lo cierto es que era una mujer inteligente.
Sentí un vacío inmenso, respiré hondo, traté de no pensar…

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