martes, 31 de agosto de 2010

Es difícil la noche

Es difícil la noche cuando el frío se instala en el alma y alcanza a apagar tu estrella preferida. Tal vez, en ese instante, cada rostro se envuelve en un manto de sueños y el resplandor de la luna se esconde para no contemplar tu dolor.
Nunca se puede regresar de ese viaje.
Pero cada suceso tiene una continuidad extraña en el resumen final de la vida y rodamos los mundos cabeza arriba, cabeza abajo, mientras la corriente nos arrastra de un modo irremediable en su viaje hacia el fondo del mar.
Y te quiero, está claro. Te quiero.
Pero, sin avisar, las horas se suceden y hay que quedarse a vivir en un punto del frío donde todo perece, o tal vez, conquistar la montaña más alta y luego bajar. Descender hasta el valle que siempre, siempre, siempre, existe, sin remedio, al otro lado. El lugar prometido donde reina el calor.
El calor. Tu calor.
Ese mundo irreconocible de los otros, donde todo se rige por la ley implacable de lo superficial. No cabemos en este mundo absurdo, incontrolable, que crea y que destruye lo bueno de los seres humanos.
Nos vamos. No entendemos.
Pero luego comprendo tus ojos; la mirada y ese brillo especial de tus ojos cuando observas mis gestos a través de la niebla. ¿Sonríes? Sí, sonríes: entonces cada cosa ocupa su lugar.
Mi mundo está en orden.
Te quiero.
Y mientras descendemos, yo te voy escribiendo poemas de amor sobre las piedras.
No te rías. Soy así. Y no tengo remedio y a pesar de que estamos en agosto aún hace demasiado frío.

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