martes, 3 de agosto de 2010

Mi vida, nuestras vidas

Aquel verano comprendí que no existen los límites, que no hay una sola razón para dudar, que no hay un sólo espacio en todo el universo que sea inalcanzable. Cuando supe todo esto con certeza, retrocedí en mi mente y revisé todos y cada uno de los anhelos, temores, y luchas de mi vida. Regresé a los rincones más recónditos de mi pasado, me sumergí en ellos, y en el proceso, me sentí como una serpiente que se entierra para mudar de piel en la arena caliente del desierto. Aquel verano, despacio, muy despacio, dudé, repasé y puse en orden, uno a uno, el resto de mis conocimientos.
Mientras hacía esto, la vida me llamaba a cada paso. Aquel verano hacía un calor insoportable en esa casa. No se podía dormir. Yo pasaba las noches en blanco, con los ojos abiertos, mirando al techo, pensando en ella. Trataba de imaginar como sería el futuro, los días que vendrían, las noches, los amaneceres y las puestas de sol. Esos cientos, miles, de amaneceres y de puestas de sol que verían nuestros ojos en cientos, miles de sitios diferentes… No tenía proyectos, ni tenía un futuro hacia el que dirigirme. Mi mente se desplegaba en blanco hacia la nada, y sin embargo, intuía que esa nada era una especie de recipiente capaz de contenerlo todo. La vida era un salto al vacío. La gran incertidumbre del vivir me fascinaba. Sentía todo esto y se me aceleraba, de pronto, el corazón.
Aquel verano comprendí lo que era amar a alguien de verdad y también comprendí, con una claridad inesperada,, que la felicidad no es más que otra aventura, un salto decidido hacia el futuro, o dicho de otra forma: un viaje formidable hacia ese territorio inexplorado de la nada. Esa nada infinita que todo lo puede contener. Cuando lo comprendí sentí que debía darme prisa, que no podía esperar ni un minuto más.
Mientras ella dormía, sin que ella lo supiera, guardé para siempre en mi corazón como equipaje, cada caricia de sus manos, cada gesto, cada mirada, y en mi imaginación caminé junto a ella hacia una nueva encrucijada de mi vida.
Mi vida, nuestras vidas… Este inmenso camino de la vida. La verdadera vida. La vida vivida de verdad. La única forma de vida que uno debe vivir. Esa vida que da sentido y justifica todo lo que supone el existir en este mundo increíble en que vivimos.
Aquel verano comprendí lo que era amar a alguien de verdad, y decidí seguir, seguir en el camino siempre, hasta que el camino llegara a alguna parte.

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