martes, 24 de agosto de 2010

Fragmentos de infinito

Un rayo de luz se filtró entre las hojas de los árboles. No te quedes habitando en la tristeza, pensé, y el olor de la hierba llegó hasta mi alma atravesando directamente el corazón. No te quedes habitando en la tristeza...
Caía la tarde, se ponía el sol. Corrientes de aire caliente se alzaban desde el valle y ascendían por la ladera de la montaña. Podía sentir en mi piel toda esa fuerza del planeta regenerándose a través de un instante infinito. El pasado no existe, el futuro tampoco, sólo existe el momento en el que vives. No pienses; ahora no merece la pena recordar…
El mundo, mi mundo, una eterna cadena de sucesos, de olvidos, de encuentros y de sensaciones. Sentir con toda el alma me había destrozado y sin embargo… ¿Quién puede conocer el fin, el resultado, de todo este camino de experiencias? Llevaba demasiada vida a mis espaldas y ahora todo pesaba en mí de un modo insoportable. Pesaban los recuerdos, pesaba la amargura, pesaba el respirar, todo este respirar de nuevo a solas en el mundo.
Miré a mi alrededor: todo aquel mundo… El sol se ponía en el horizonte. Sentí una ternura amarga. Cada cosa estaba en su sitio, cada partícula ocupaba su lugar. Todo seguía un camino. Era el gran plan establecido, el orden natural que pasaba a través de mí, de las cosas, de todos los seres que vienen y van a alguna parte. Y sobre todo era el tiempo. Miré en mi corazón y sentí el dolor desgarrador del paso del tiempo. Hay un tiempo y hay un lugar donde sucede todo. Luego el momento pasa y tú pasas con él. Yo no era más que un destello fugaz, como uno de esos rayos de sol que jugaban entre las hojas. Miré a mi alrededor. Caía la tarde. Sentí que aquel era el instante de mi primera vida y sin embargo resultaba tan doloroso dejar toda aquella felicidad atrás.
Respiré hondo y me puse de nuevo a caminar. La bóveda del cielo cambiaba de color a cada instante. Violetas, amarillos, rojos, anaranjados, malvas, azules infinitos, colores y colores sucediéndose en un espectáculo febril que me envolvía. Sentí en mi pecho el latir de mi viejo y cansado corazón. Toda la belleza del mundo iba quedando atrás. Aquello era la vida.

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