miércoles, 22 de julio de 2009

Aquel verano

   Aquel verano las cosas sucedían de un modo diferente. Los mundos se mezclaban creando realidades imposibles, lo nuevo crecía de lo viejo, la vida de la muerte, la realidad empezaba en el punto donde se terminaba el tiempo. Tal vez aquello sólo era el resultado de algún oscuro guiño del destino, el final de una búsqueda, o el clímax de algún dolor desesperado. Yo no lo sé, ni lo sabré probablemente nunca, pero todo eso flotaba en el ambiente como el preludio de un gigantesco huracán y yo estaba justo en el centro.

  Algunas veces las cosas se organizan de una manera extraña. Una noche te encuentras solo; cavando un hoyo en medio de la oscuridad,  cansado y en silencio, y de pronto sucede que alguien pasa y se reconoce en ti. A mí me sucedió, y ahora, después de todo esto, no sé si aún tiene sentido seguir cavando hoyos, o continuar viviendo entre todas estas cosas extrañas de la vida. Una mujer pasa y se reconoce en ti, te habla, te quiere, te desea. Tú no sabes muy bien qué hacer, sólo sabes cavar, hacer hoyos donde enterrarte, y, perplejo, miras alrededor, tratando de entender cómo funciona esto. Mientras tanto, cada día se enlaza con otro nuevo día, cada noche, con otra nueva noche. Otra mujer pasa y encuentra los restos de tu corazón, un gesto entre tus ruinas, tal vez una caricia. La noche se llena de imposibles, el cansancio desaparece, mil historias cubren el cielo. Se oscurecen las horas y llega otra mujer, y luego otra y otra. Los ojos de aquellas mujeres que habían sufrido tanto brillaban de un modo diferente, sus manos eran más delicadas, su pelo era más suave, sus cuerpos más etéreos. Cada una de sus almas regresaba cansada de un lugar inhumano, cada historia era más intensa, cada rincón que observaba de ellas era el punto y final de un universo. Había tanto desgarro y tantas ganas de amar la vida en ellas que a veces me abrasaban los sentidos.

  Aquel verano dejé de cavar hoyos; aprendí muy deprisa. La vida era un viaje fascinante al fondo de un abismo extraño y ellas, en medio de toda esa oscuridad, me enseñaban, a cada instante, el recorrido. Un viaje constante hacia la muerte, donde sólo el amor o la amistad podía darle algún sentido.

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