miércoles, 8 de julio de 2009

Aquella tarde

Aquella tarde las calles parecían diferentes. Él observaba todo con una sensación de ausencia y, sin embargo todo marchaba bien. Las cosas parecían ordenarse de un modo automático ante su mirada. Un perro caminaba junto a su dueño, una anciana cruzaba a la acera de enfrente, un joven besaba a su pareja… Continuó su camino pensando en cómo todo tenía un orden en el universo. Millones de jóvenes se besaban en ese instante en alguna parte, y cientos, miles de perros, caminaban al lado de sus dueños con el mismo paso de este pequeño perro. Las ancianas del mundo cruzaban calles estrechas mientras alrededor de su vejez la vida seguía su camino. Continuó caminando sin rumbo y al doblar una esquina se paró. Una calle vacía se extendía ante él. A la derecha había una casa con la fachada en obras. Habían cubierto los balcones con unos plásticos que colgaban, sucios e inertes, hasta llegar al suelo. Los portales, las farolas, las ventanas… Todo guardaba una extraña e inquietante simetría. Al fondo, la calle parecía no tener salida. Había algo opresivo en el ambiente. Todo estaba en silencio y el tiempo se había detenido. Se quedó unos instantes mirando aquella calle como el que observa un animal o un objeto desconocido. Respiró hondo. Algo se iluminó en algún lugar de su cerebro. Una idea empezó a cobrar forma, a hacerse material y sólida como el asfalto de la calle o el hormigón con que se habían construido los cimientos de cada una de esas casas. Intentó recordar en qué momento había dejado de pertenecer al mundo, a ese mundo de jóvenes que se besan en las esquinas, de perros que caminan junto a sus dueños, de ancianas que cruzan cada maldita calle, pero ya no era capaz de recordar. Pensó que ya no había marcha atrás. Respiró hondo y se adentró en aquella siniestra calle sin salida.

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