El cuarto día todos los sherpas regresaron y continuamos avanzando, solos, el viejo y yo. Llegamos hasta el campo de hielo y allí se despidió. Me dijo:
-Atraviesa el glaciar por esa zona, evitando las grietas de la parte de allí. Sube hasta la ladera norte y asciende todo lo que puedas tratando de mantenerte alejado de los sitios donde hay peligro de avalanchas, después haz una travesía a la izquierda y llegarás a aquella arista. Asciende por ella sin mirar atrás.
Después de decir eso el viejo permaneció en silencio.
-¿Y luego? -pregunté yo.
-No sé -respondió el viejo-, nunca subí tan alto.
Ahora, sentado en la arista de roca, en medio de la ventisca, con el alma encogida de angustia por el miedo a lo desconocido, pienso que en la vida todo es así: ascender tu montaña día a día, hasta llegar a un punto en el que nadie puede ayudarte. Llegar al punto crítico donde no hay vuelta atrás y luego continuar subiendo, siempre subiendo, hasta que se acaba la roca o se acaba tu vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario