lunes, 6 de julio de 2009

Instante


Llegó hasta la azotea y se asomó. Caía la tarde. Respiró hondo el aire caliente. Miró alrededor y, muy despacio, sacó su cámara. Eligió una pequeña ventana de una buhardilla; junto a ella alguien había colocado un tiesto con un geranio algo marchito. Se inclinó ligeramente e hizo una foto. Luego se quedó parada allí, sin hacer nada, casi sin respirar, como si el tiempo se hubiera detenido en aquella azotea.
De pronto comprendió que nunca antes se había sentido tan lejos de su casa, tan sola, tan perdida, en un lugar extraño. ¿Por qué todo tiene que ser así?, murmuró, y se frotó los ojos con el dorso de la mano para evitar que se le llenaran de lágrimas. En ese instante, mientras contemplaba los tejados de esa parte antigua de la ciudad, pensó que, probablemente, existía un lugar en el mundo donde iban a parar todos esos amores que nunca fueron correspondidos, los ideales, los sueños, las esperanzas, las ganas de vivir. Miró a su alrededor: caía la tarde y el sol se ponía en la línea del horizonte. Sintió como, de pronto, se alzaba un inmenso muro de soledad entre ella y el mundo. Permaneció mucho tiempo observando esa escena, hasta que el sol se puso. Unas palomas se posaron muy cerca de ella. Hizo una última foto y guardó su cámara, se dio la vuelta y descendió por la escalera. Pensó que en algún sitio existía un lugar donde iban a parar todos los sueños y ella lo iba a encontrar, aunque tuviera que ir de ciudad en ciudad toda su vida.

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