domingo, 23 de agosto de 2009

Buscar

Ella se había ido y no iba a regresar. ¿Por qué el destino hace que nos equivoquemos siempre? Yo no había buscado aquello. Nos conocimos, salimos a cenar y todo era sencillo, y ahora, sin embargo, las cosas se habían complicado. La vida nos zarandea de un lado para otro. Yo nunca tuve claro eso de que era el dueño de mi vida; más bien al contrario. Yo intentaba continuar, encontrar y seguir el rastro de mi vida a través de todo aquel espacio hostil de cada día, pero el destino, siempre el mismo destino, truncaba mis deseos. Me había costado años de esfuerzo conseguir ese estado de mínimo equilibrio y ahora aparecía ella, cuando todo en mi corazón parecía estar en paz…
Arrugó la hoja de papel donde había escrito eso y la tiró a la papelera. ¿Porqué no puedo escribir?, pensó, y luego, de pronto, comprendió que cuando un escritor está ocupado con las cosas normales de la vida resulta mucho más difícil escribir. El escritor debe permanecer al margen, nunca debe implicarse. El escritor debe ser sólo un observador. Alguien que observa y cuenta. Nada más.
Sonrió con amargura. Sabía que eso tampoco era verdad. Entonces ¿Qué sucedía? ¿Por qué no conseguía escribir? Mientras pensaba en eso llamaron a la puerta. Abrió. Era ella. Traía en la mano una botella. La miró y comprendió que la quería. La quería de un modo irremediable. Probablemente había empezado a quererla demasiado.

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