martes, 11 de agosto de 2009

Un día más

Sólo era un día más: un día como otro cualquiera. Miró a su alrededor: la vieja se quejaba en una esquina. Se quejaba de todo y de nada, igual que cada día. ¡Qué asco!, pensó, y comenzó a andar calle abajo. Aún era temprano y las tiendas no habían abierto todavía. Tenía la boca seca y le dolía la cabeza de un modo insoportable. Pensó que lo mejor sería acabar de una vez, pero pensaba eso cada día. Luego, un poco más tarde, cuando al fin había conseguido que alguien le diera un cigarrillo y había bebido un trago, las cosas se centraban y andaba algo mejor.
En la esquina, un hombre se afanaba arreglando el cartel del bar que unos gamberros habían destrozado por la noche, él lo observó: no tenía nada mejor que hacer. El hombre, subido en una escalera, le miró, pero no dijo nada. En ese instante pasó el barrendero. Le pidió un cigarrillo. El barrendero le miró de arriba abajo y se lo dio sin decir nada. Al fondo de la plaza se oyeron unas voces; era el loco que ya andaba haciendo de las suyas. El Belga pasó en ese momento; llevaba un vaso de plástico con vino. Le pidió un trago. Bebió. Era un día más: un día como otro cualquiera. La tienda de comestibles aún no había abierto. Pensó que lo mejor sería acabar de una vez, pero pensaba eso cada día. Luego, después de fumar un cigarrillo y beber un trago, las cosas empezaban a arreglarse. Sólo era un día más.

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