domingo, 9 de agosto de 2009

Cansado

Entre tantas historias, y sin saber muy bien porqué, de pronto, me sentí cansado. Todo iba bien, las cosas se desarrollaban de un modo positivo, entonces… ¿De dónde procedía toda esa sensación de hastío que empezaba a llenar mi alma? Pensé durante un rato en eso y llegué a la conclusión de siempre: buscaba otra cosa que le diera un sentido a mi existencia. No sabía qué: sólo sabía que aquella no era la forma de vivir que yo anhelaba. Pero realmente ¿qué clase de vida quería llevar yo? Nunca lo había sabido. No creo que nadie con un carácter parecido al mío lo llegue a conocer jamás. Uno prueba una cosa, conoce a una mujer, acaba en un lugar, empieza una amistad con una gente nueva, pasa una temporada, y luego, de pronto un día huye. Se marcha con lo puesto, en medio de la noche, para no regresar. Así había sucedido siempre.
Aquella tarde llovía y sin embargo mi amigo Skippy estaba junto al semáforo, sentado en su silla de ruedas. Tocaba la flauta para nadie. Me acerqué a él y le saludé. Me devolvió el saludo y continuó tocando. No hablamos. No había nada que hablar: él estaba sentado y yo de pie. Permanecimos bastante tiempo así. A nuestro alrededor la enorme plaza estaba en completo silencio. Sólo se oía el ruido de la lluvia al golpear la chapa de los coches y la flauta de él. El agua me caía por la cara. Skippy no tenía piernas; llevaba unos raídos pantalones cortos y yo miraba sus muñones. Mientras los contemplaba no pensaba en nada concreto. Sólo observaba cómo habían cicatrizado aquellos dos trozos de carne a pesar de la mugre y la humedad. Al rato me cansé de estar allí, bajo la lluvia, mirando sus muñones, y empujé la silla de ruedas hasta un soportal. Una de las dos ruedas no funcionaba bien y había que arrastrar la silla de lado a cada paso para poder mantener la dirección. Skippy seguía tocando. Tocaba todo el tiempo. Yo suspiré: estaba hasta los huevos de oír aquella flauta.

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