miércoles, 12 de agosto de 2009

El peor lugar del mundo

Aquella noche la palabra vivir no tenía ningún significado para mí. Había llegado a esa ciudad después de un viaje interminable en un viejo y mugriento tren que paró en todas las malditas estaciones que encontró en su camino para dejar pasar a otros malditos trenes más rápidos, lujosos e importantes que el mío. Mis pantalones vaqueros, que un día fueron de un cierto agradable color blanco desteñido, tenían un aspecto lamentable. Lo primero que hice al pisar aquel lugar fue darme un fuerte golpe en la cabeza con una contraventana de hierro que había en el andén de la estación. No me gustó ese sitio. Era el peor lugar del mundo y mi estado de ánimo se ensombrecía más y más. Allí estaba yo, limpiándome la sangre de la frente en los servicios de un bar que encontré al doblar la esquina. Cuando acabé de lavarme me senté en una mesa. Me dolía la cabeza. Pedí un bocadillo y un vaso de agua. Sólo tenían boquerones en vinagre. Da igual, pónmelos, le dije al camarero, si es que a ese tipo asqueroso de ese bar maloliente se le podía llamar camarero. A las tres de la madrugada, harto ya de dar vueltas, me tumbé a dormir en un soportal que encontré en medio de la oscuridad. A las cuatro me desperté: me picaba todo el cuerpo. Han sido los boquerones, pensé, y pasé las tres horas siguientes rascándome con furia los brazos, la cara y las piernas. A las seis me dormí, completamente agotado. A las once me despertó un murmullo de pasos. Una voz de mujer susurraba: pobrecito, pobrecito... Abrí los ojos. Me dolía la cabeza y tenía las manos y la cara hinchadas. Tardé en comprender que me había quedado dormido en la puerta de una iglesia. Era domingo y esa gente quería entrar y, para poder hacerlo, pasaban por encima de mi cuerpo. Yo tenía diecisiete años, la vida era una mierda y esa ciudad era el peor lugar del mundo. Me lavé en una fuente y me marché de allí. Ya no recuerdo ni el nombre de ese lugar, sólo recuerdo el olor de aquel bar y el sabor áspero que dejaron aquellos jodidos boquerones en mi boca.

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