martes, 4 de agosto de 2009

Cuando despertó

Aquella mañana, cuando al fin despertó, recordó lo que había sucedido y comprendió que hasta de esa tragedia podría recuperar algo que fuera utilizable. Miró a su alrededor y comenzó a recoger los restos del naufragio. Despacio, muy despacio, rescató de las aguas cosas que un día para él fueron valiosas y que ahora yacían, sucias y abandonadas, flotando entre las rocas. Mientras hacía eso recordó las palabras que ella le dijo un día y sonrió. Entonces no había entendido nada, pero ahora lo veía todo con una claridad mayor. De alguna manera, por fin, después de tanto tiempo, su mente había regresado del dolor, y tras esa experiencia, se había desplegado, infinita y perfecta, sobre la belleza del mundo. Ella había muerto; ya no regresaría jamás, pero a pesar de todo había que continuar.
Aquella mañana, entre las rocas de los acantilados que descendían hasta el azul del mar sintió que, si uno se paraba a contemplar con todos sus sentidos lo que le rodeaba, a cada instante sucedían cosas maravillosas. Se asombró de la claridad fría del agua, del olor de las algas que se secaban al sol sobre la arena, del tacto rugoso y cortante de las rocas, del vuelo de nieve de la gaviota, del cielo interminable que se abría ante él como un presagio de futuro, del murmullo del viento entre los pinos que bajaban casi hasta la orilla del mar. Se asombró de estar vivo, de la vida y la muerte, se asombró de sus sueños, de sus ganas inmensas de vivir, que ahora, de pronto, habían regresado. Sintió todo el misterio de su resurrección, y sentado en la orilla del mar pudo, por fin, llorar, y lloró mucho tiempo pensando en que incluso el dolor más inhumano acaba desapareciendo y comprendió que ya no volvería a verla nunca más y con un gesto triste se despidió de ella para siempre.

No hay comentarios: