domingo, 30 de agosto de 2009

Desolación

Esta noche me pongo a escribir con un sentimiento de angustia que me encoge el corazón. Su vida, esa maravillosa vida que compartimos durante aquellos años, se ha ido para no regresar. Diecisiete años caminando a través de esa especie de túnel infernal y ahora, su luz se ha apagado para siempre. Tenía una enfermedad absurda. Todo lo que es definitivo y real tiene ese aspecto absurdo. Todo lo que no puede cambiarse y cobra forma en la fatalidad tiene ese aspecto absurdo… El escritor permaneció mirando la hoja de papel durante un rato. Ha muerto, murmuró, ¿y ahora qué? Arrugó la hoja de papel y la tiró a la papelera. Le hubiera gustado poder llorar o emborracharse, pero estaba demasiado cansado. Se aflojó la corbata de color negro, que no se había quitado aún, apagó la luz y permaneció en la oscuridad, sin hacer nada, oyendo sólo el sonido de su respiración. Estuvo mucho tiempo así, luego empezó a escribir, y escribió esto: esta noche me pongo a escribir con un sentimiento de angustia que me encoge el corazón, su vida, esa maravillosa vida que compartimos durante aquellos años, se ha ido para no regresar. Era especial, yo la quería, y hubiéramos podido ser felices siempre. Vivimos algún tiempo en una casa pequeña, muy cerca de una colina blanca, en un pueblo pequeño y blanco de la costa de Grecia…
El escritor dejó la pluma a un lado, se reclinó sobre el papel y hundió la cara entre sus manos. ¿Y ahora qué? Murmuró, ¿y ahora qué? Y comprendió que ya jamás habría nada.

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