martes, 3 de marzo de 2009

El vagabundo

Es tarde; los dioses entrecruzan sus miradas, y en la noche perdida los años de la juventud desaparecen. Apenas queda un rastro de alma en ese cuerpo que grita y que golpea el banco de madera, toda ella es cicatriz. Cicatriz y silencio que corre tras las sombras.
Esta noche ha venido desde lo más profundo de su tumba de soledad el hombre que se fue. Ha venido de pronto y luego se ha perdido de nuevo en esa oscuridad, pero he podido ver, por un instante, en el fondo de su mirada, el ansia de respuestas. Ha sido un brillo en sus ojos regresando de un pasado imposible ya de recuperar. Luego ha gritado, se ha erguido sobre su castigado cuerpo y un litro de cerveza a volado atravesando la plaza. ¡Me pondrán una cruz aquí mismo! -me ha dicho señalando el suelo cubierto de orines y excrementos-. ¡Porque Dios no me quiere, porque no es bueno!
El vagabundo se aleja calle abajo, algunas veces para, duda en un cruce, pero enseguida encuentra el rumbo, como si olfateara en el aire su destino. ¿Que piensas de la luna? -como un imbécil, yo, le había preguntado.

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