Cada mañana Lalhik se levantaba, desatrancaba la puerta de la chabola, y salía al descampado. Ese hombre lo había perdido todo, y sin embargo, algunos días, sentado sobre aquel trozo de muro derrumbado, miraba amanecer y se sentía infinitamente rico, feliz y enamorado.
lunes, 9 de marzo de 2009
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