martes, 31 de marzo de 2009

La tierra asombrada

Tenía en la piel el olor de la tierra del Cáucaso y la mirada y los ojos profundos como el agua del lago Sevan, por el que caminaron juntos aquel día, entre el viento y el frío… Arkadi se quitó los guantes junto al fuego y se frotó las manos. Hacía demasiado frío y estaba cansado; demasiado cansado hasta para pensar, pero una y otra vez, llegaba hasta su mente el fragmento de un recuerdo que hacía tiempo creía ya olvidado. El viento sacudía la lona de la tienda que se combaba y encogía produciendo un sonido que le llenaba el alma de soledad y aprensión. Arkadi permaneció algún tiempo inmóvil, observando el ligero resplandor que salía de la estufa; una pequeña estufa de lata con un tubo improvisado que hacía las veces de chimenea. La tempestad de nieve arreciaba. Escuchó gemir el viento hasta que se quedó dormido.
Al día siguiente un silencio irreal llenaba el mundo. Salió de la tienda y contempló el nuevo día. Había dormido profundamente y ahora el sol estaba muy alto en el horizonte. La nieve lo cubría todo y la intensa luz del cielo le obligaba a entornar los ojos. Recogió la tienda y la colocó despacio en el trineo. Se puso el arnés y tanteó la carga. Se sentía bien. Comenzó a caminar tirando del trineo. Quedaban seiscientos kilómetros para llegar a su destino y calculó que tardaría aún doce días. Cuando encontró el ritmo de su respiración el recuerdo de ella volvió de nuevo a su cerebro. Tenía la mirada profunda como el lago Sevan. Intentó sonreír pero no pudo. Tosió y el ruido de su tos rebotó en las paredes del glaciar. Alrededor, el paisaje nevado le observaba en silencio.

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