miércoles, 18 de marzo de 2009

A la sombra del pino centenario

A la sombra del pino centenario, en una rama baja, se paró a contemplar el paisaje. En aquellos días de sol, cuando la nieve empezaba a derretirse en las laderas y la vida empezaba a ejecutar su danza habitual, era cuando, en su corazón, podía sentir con una profunda claridad la esperanza del mundo. Todo en aquel lugar gritaba vida; intensa y fascinante vida que había que apurar con toda la rabia y la intensidad que un organismo sano pudiera ser capaz de generar.
Era la voz de la creación, que llamaba a los seres vivos con toda su potencia. Las alas de unos cuervos lanzaron un destello azulado que recogió al instante el agua del remanso del río. Miró hacia el fondo. Bajo la cascada, sobre los cantos rodados cubiertos de musgo marrón y verde de la poza, flotando en el agua transparente, un par de truchas permanecían inmóviles y atentas, estáticas contra la corriente. Miró a su alrededor; en su mundo todo tenía un sentido, un espacio, una función. Eso le hacía sentirse bien, seguro de sí mismo y convencido de todos y cada uno de sus gestos.
Pensaba en todo eso cuando un imperceptible movimiento llamó su atención. Saltó de la rama, atravesó volando el río y planeó entre los troncos de los pinos. Un instante después tenía un conejo atrapado entre sus garras. Levantó el vuelo y regresó al nido con él. Mientras volvía, contempló desde el cielo como la nieve se iba derritiendo en las laderas y se sintió feliz. Todo en aquel lugar gritaba vida; intensa y fascinante vida.

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