jueves, 18 de junio de 2009

Conjuntivitis

Había que haber estado muerto para no verla. Pasó frente a mí deprisa, cabalgando sobre unos zapatos de color rojo con unos tacones imposibles. Sus piernas acababan a la altura del tercer piso de la casa de enfrente, justo donde empezaba su minifalda. Llevaba un microtraje de verano de color negro, pegado al cuerpo. La seguí con la mirada hasta que dobló la esquina. Tenía el pelo muy claro, largo, rubio y brillante, y andaba con el estilo propio de una modelo profesional. Su imagen se me quedó grabada en las pupilas toda la noche.
Hoy no he ido a trabajar. Me he despertado con un dolor extraño. Tengo los ojos rojos, inyectados en sangre, me escuecen y apenas consigo ver. El médico me ha dicho que puede ser una conjuntivitis fuerte, o tal vez una subida de tensión, o el polen, o las migrañas, que hay que esperar un tiempo a ver qué pasa. Yo, por mi parte, me he hecho el firme propósito de no volver a mirar a esa mujer, aunque, claro, de alguna forma, eso también me está matando.

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