miércoles, 17 de junio de 2009

Nada

Sentado en la barra del bar escribió una serie de notas inconexas: palabras atrapadas en palabras, gestos, miradas, olores, formas de andar... Buscó entre aquella gente el rastro de algún remoto sentimiento, pero no consiguió encontrarlo. Allí no había nada.
Cuando salió era muy tarde. Sobre la acera dormían algunos vagabundos. Un perro se acercó hasta él, pero alguien lo llamó y el perro se marchó corriendo.
Cruzó una plaza. En los bancos se había congregado gente. Un viejo, ebrio, gritaba. Una pareja fumaba una pipa de crack. Buscó en sus corazones, allí tampoco había nada.
Caminó calle abajo, una mujer gritó. Un hombre la arrastraba cogida del brazo. Un coche de policía interrumpió sus gritos. Un policía se bajó del coche y se dirigió hacia ellos. La mujer dejó de gritar y en ese instante comenzó a llover. Él escribió unas notas. Se refugió bajo un andamio. Ahora llovía más fuerte. Las gotas de lluvia caían extrañamente frías. Miro a su alrededor: el agua había borrado la tinta del cuaderno. Salía vaho del asfalto caliente. No sintió nada.
Decidió regresar a su casa, pero enseguida comprendió que no existía eso que él, alguna vez, había dado en llamar su casa. Pensó hacia donde dirigirse. Al doblar una esquina un hombre vestido de negro le entregó una tarjeta. Era la tarjeta de un club. Desde el pedazo de cartón una mujer, desnuda, sonreía. Era rubia y sus ojos miraban a la nada. Caminó calle abajo hasta llegar a una avenida. Se sentó en un banco y escribió: “Caer desde el cielo hasta el lugar secreto donde entierran los barcos. Caer al lugar de la arena incendiada en la noche. Caer, como caen los animales, tranquilos y en silencio, atravesando el dolor con la mirada”. Se quedó pensativo después de escribir eso y de pronto sintió asco y ganas de vomitar. Estaba mareado. En una esquina de la plaza, nervioso y jadeante, un animal le observaba. Se había escondido bajo uno de los bancos. Era el perro de antes. Se acercó. No te asustes, le dijo, pero alguien le había clavado una navaja entre los ojos y aunque intentó tranquilizarle, el animal no le reconoció. Lanzó una dentellada al aire y le manchó de sangre. En los ojos del perro se materializó la muerte y cayó al suelo. Él recogió la muerte con cuidado. Era una especie de frágil objeto de cristal. Miró a su alrededor. Ahora estaba en la barra de un bar, pero no había nadie. Notó el aire cargado de humo en el ambiente y suspirando se arrancó con su mano derecha el corazón. Aún antes de sacarlo de su pecho ya había dejado de latir. Lo sostuvo en su mano y se quedó mirando aquel objeto. Era como una especie de manzana podrida y manchada de sangre, tal vez era otra cosa ─no conseguía verlo bien─, tal vez aquello no era sangre y el líquido sólo era alguna especie de salsa o caramelo. No parecía suyo aquel maldito jodido, asqueroso corazón.

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