miércoles, 3 de junio de 2009

París

El mismo día que perdió su trabajo cumplió cincuenta y cinco años, fue a una oficina de viajes y reservó un vuelo para París. Siempre había deseado ver París. Llegó al mediodía, tomó un autobús y se bajó en un punto cualquiera de la ciudad. Caminó por una avenida durante un buen rato, arrastrando tras de sí su maleta, de pronto, al doblar una esquina, vio entre unos edificios el río Sena, y un poco más allá, la torre Eiffel. Estaba lejos, demasiado lejos para ir caminando. Hacía calor. Miró a su alrededor, no había nadie. Se sentó en un banco, se tapó el rostro con las manos y lloró. Lloró por todo; lloró durante mucho tiempo.

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