lunes, 29 de junio de 2009

Un instante

¡Qué curioso resulta observar a esta mujer! Arrastra un trágico universo detrás de ella y sin embargo posee la alegría en el alma y el brillo de toda la magia femenina en la mirada. Sus ademanes, la forma de sus manos, cada mínimo gesto de su cuerpo, es una lección de armonía. Cuando atraviesa la habitación parece caminar con unos zapatos de cristal. Yo la admiro desde lo más profundo de mi ser. Me había cruzado en su camino una mañana por casualidad, y por casualidad también, en ese mismo instante, me había embarcado en la aventura genial de conocerla. Ahora yo la contemplo mientras riega con una jarra de cristal las plantas del balcón. Afuera hace rato que ha amanecido. La habitación está en silencio. La ciudad parece dormir y, auque es verano, no hace calor aún. El sol se refleja en el cristal de la ventana y el agua de la jarra despliega una infinita gama de destellos que me hacen entornar los párpados. Cuando se agacha, su cuerpo se curva como el trigo, de un modo inconfundible, frente al azul del cielo y el verde de las plantas. Todo es quietud en este instante. Cuando ve que la observo, me mira, sonríe levemente y el cielo se despliega en su mirada. Su rostro se ilumina y mi alma se pierde entre sus labios. Siento vibrar el aire alrededor de ella, como se puede sentir vibrar el corazón frente a una obra de arte.
Ahora ella acaricia cada una de las hojas de la planta, las quita el polvo muy despacio, con un pequeño trapo de color rojo. Intensamente concentrada en lo que hace, con cuidado infinito, como si de ello dependiera el futuro del mundo o la supervivencia de todos los seres humanos.

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