domingo, 14 de junio de 2009

En el último año

En el último año de mi primera vida mi Dios es un perro que olfatea por las esquinas, un encuentro en la noche, un viaje en el cielo, un reflejo en un charco. Una muchacha china que ofrece sus latas de cerveza y sonríe: “¿cerveza?, ¿cerveza?”
Y no hay nada más que esperar de la existencia que este extraño silencio que nos regala la lluvia de repente, y el cobijo del árbol, y el canto de un hombre que viene de muy lejos y toca una guitarra.
El mendigo vomita su carga de dolor sobre la acera; alguien nace, alguien muere, y en los charcos se sigue reflejando la misma luna de siempre. La misma luna que hizo soñar a nuestros muertos y que ahora, en tus ojos, cansados de mirar, mujer, esconde un paraíso. Respiro hondo y miro a mi alrededor y entre el olor a muerte y a tristeza reconozco a mi Dios. Mi Dios, que había muerto, y esta noche regresa a la vida.

2 comentarios:

Jairo dijo...

No sé si dios olfatea, pero en muchas ocasiones apesta. Espero que tu revivido Dios llegue con fragancia de vida.

Angel Pasos dijo...

Ese dios al que me refiero es la vida y si, tienes razón, a veces apesta, pero otras resulta fascinante.

Un abrazo.