lunes, 22 de junio de 2009

El azar y los sueños

Tumbado en la hierba de este maravilloso día de verano todo parece sencillo. El cielo tiene un color azul turquesa que emborracha los sentidos y las copas de los árboles se mecen de un modo imperceptible a causa de la brisa. Algunos sueños vuelan de rama en rama y bajan a posarse junto a mí. Hay un azar que reordena el mundo de todos estos sueños, y siento como a cada instante regresa de la muerte un corazón. Yo permanezco a la espera, atento a cada gesto de la naturaleza, con todos mis sentidos en lo eterno, y mientras observo el mundo, percibo con toda claridad el misterio esencial de este fascinante cambio. En los ojos de una muchacha encuentro un viejo hogar que me llena el alma de dulces sentimientos y en el andar pausado de un anciano reconozco un gesto conocido, que casi había olvidado ya, y que sólo ahora empiezo a comprender, después de tanto tiempo, del modo como se comprende, en el fondo del corazón, una puesta de sol callada, hermosa y triste.
Una vez más se fue la primavera y de nuevo, los locos malditos de la tierra, hemos sobrevivido a toda esta explosión de vida. Ahora, nuestros espíritus, antes atormentados, luchan por regresar al tiempo, pausado y descendente, que lleva hacia los valles, donde el clima es más suave y los gestos más largos. Hay un rumor calmado que llena todo el paisaje, y se percibe en el crecer de la hierba y en la nube, en el canto del pájaro y también en el agua del río. El azar me ha traído esta mañana hasta este lugar apartado, y no puedo quejarme. He dejado restos de mi alma en el camino pero aún conservo un poco de aquella intensidad de antaño en mi mirada, y si cierro los ojos aún recuerdo el sabor de aquel mar en tus labios, cuando estabas conmigo.

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