miércoles, 3 de septiembre de 2008

Agosto terminó

Agosto terminó y la gente regresó de nuevo en masa a la ciudad. Aquella muchedumbre volvió a llenarlo todo y el caos se apoderó del tiempo y de la vida. La humanidad corría de un lado para otro levantando tras ella grandes nubes de un polvo espeso, cargado de dolor y de monotonía.
Agosto terminó y yo contemplaba como la gente construía casas, naciones, cementerios… Miles de seres nacían y morían cada día. La humanidad luchaba a su manera contra el paso del tiempo y, para hacerlo, la mayoría optaba por adorar el mito de alguna estatua de barro y de cartón. Buscaban el significado oculto de lo que nunca significa nada. Mientras tanto, el planeta giraba en el espacio, ajeno e indiferente, cada día.
Agosto terminó y los hombres luchaban por su inmortalidad en los pozos de fango de la vida. Los niños no reían. Las mujeres perdían su belleza, como flores cortadas y puestas a secar en el rincón oscuro de la melancolía. Todos sufrían por insignificancias, morían mil veces cada día, y cuando parecía que habían conseguido burlar a su destino, eran conscientes de que, desde el principio, habían corrido en una dirección equivocada.
Agosto terminó y el mundo entero agonizaba. Mientras, sentada en la hierba del parque, ajena a todo esto, una mujer leía un libro de David Sedaris y reía.

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