miércoles, 24 de septiembre de 2008

Sylvia

El hombre estaba apoyado en la barra, tomándose una copa. Miraba alrededor y algunas veces, al cruzar su mirada con la de alguna joven, sonreía. A su lado, de espaldas a él, una mujer alta, rubia, con un diminuto vestido rojo que resaltaba sus formas generosas, hablaba con un hombre. Sonó su móvil. Miró el número, hizo un gesto de disgusto con la cabeza, y a continuación congeló una sonrisa forzada en el rostro. Pulsó la tecla de descolgar.
-Dime –dijo cortante.
-Hola ¿qué tal estás? –la voz del otro lado del auricular sonaba alegre.
-Bien –respondió, entornando los ojos. La música atronaba en el local.
-¿Dónde estás? –dijo ella.
-En un bar, acabando de cerrar un negocio.
-Te echo de menos –la voz ahora sonó apagada-. ¿No se te olvida nada?
El hombre esbozó un gesto de fastidio. ¿Qué coño querrá ahora? –pensó.
-Mañana sólo nos quedarán quince días y estaremos casados –continuó ella.
Se hizo un silencio. El hombre miró por encima del hombro de la rubia. El otro hombre se había levantado.
-Lo sé. ¿Cómo se me iba a olvidar? No pienso en otra cosa. Oye, cariño, te tengo que dejar. Estoy trabajando, mañana hablamos.
-Sí, sí, no te preocupes. He estado viendo un vestido. Es rojo, muy bonito. ¿Sabes? He oído una canción en la radio. Se titula: “el amor es un vestido rojo”. He pensado que mañana volveré a la tienda y me lo compraré. ¿No te parece un título precioso para una canción?
-Sí, si, precioso… Esto… Oye… Te tengo que dejar… -el hombre que estaba con la rubia pagó la cuenta y se marchó. La mujer se quedó sola. La tocó un hombro suavemente... Oye –dijo, separando el móvil de su oído-, que tengo que colgar. ¡Adiós!, –ella le respondió algo que él ya no pudo escuchar. La mujer rubia se había vuelto y sonreía.
-Hola -dijo, mirando a la mujer rubia a los ojos-. Muy bonito ese vestido que llevas. ¿Has oído alguna vez una canción que se titula “el amor es un vestido rojo”?
La mujer sonrió.
-No –respondió-, pero suena romántico –sacó un paquete de cigarrillos de su bolso.
-¿Me invitas a una copa? –dijo ella.
-Por supuesto, querida. ¿Sabes que eres preciosa?
La mujer sonrió de nuevo y su cuerpo se relajó un poco. Se apoyó con un brazo en la barra. Tenía los ojos claros y llevaba pintados los labios de color rojo intenso, a juego con el color de su vestido. En el local sonaba una canción lenta que él no conocía. Era una canción triste. El hombre sonrió también. La mujer era hermosa y tenían toda la noche por delante.

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