domingo, 7 de septiembre de 2008

Noche de lluvia

Ajeno al devenir del mundo
Bajo el cielo camino hasta tu cuerpo
Ha llovido, los objetos relucen en la noche
Paciente, el nuevo amanecer espera
Que regrese la luz de su lugar perdido.
Ella y yo estamos juntos en la noche infinita
Dos almas cargadas de destino
En silencio, a la espera
De que un capricho de la naturaleza
Nos descubra el camino
De un cielo acogedor o de un infierno.
.
…Vincent vivía en el mundo y lo amaba. El mundo era su sitio y durante muchos años se tuvo que alejar de él para cumplir con una obligación que no podía eludir, pero durante aquellos años su espíritu soñaba cada noche con regresar a él.
El mundo que Vincent amaba –ahora lo recordaba bien-, no existía en ningún lugar concreto. Estaba en todas partes. Todo ese mundo formaba un universo sólido e inmaterial; imaginario, fascinante y real al mismo tiempo. Un sitio donde uno podía luchar por comprender y comprenderse, pintar un cuadro, escribir unos versos, crecer, crear, amar… Allí, en medio de todo aquello, Vincent renacía de nuevo a cada instante y se descubría en un gesto desconocido y nuevo cada día.
Algunas noches se encontraba escribiendo poesías y entonces, febril, se olvidaba del tiempo y escribía durante horas sin parar, y de nuevo sentía que aquellas poesías estaban cargadas de decisión y vida. La libertad, la vida, el mundo, eran maravillosos desafíos. Vivir con toda el alma requería carácter y determinación. Vivir, en ese instante, era no mirar hacia atrás, lanzarse a un salto en el vacío… Vincent miró el reloj: eran las seis de la mañana. Quería escribir más pero ya no quedaba tiempo, debía salir fuera. Cogió un lienzo y una caja con algunas pinturas. El mundo había despertado y empezaba a crearse un nuevo día.

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