lunes, 15 de septiembre de 2008

La multitud y el frío

…Un niño chino se me acercó. Yo estaba sentado en el banco, junto a los otros. Llevaba una sudadera negra de skater con capucha, unas gafas extravagantes y un pañuelo en la cabeza. Le debí parecer un tipo duro. Se sentó junto a mí, me miró y cruzó los brazos copiando mi gesto. Llevaba puestos unos patines viejos que alguien le había regalado. Se había levantado un viento frío. A nuestro alrededor la multitud bebía.
-¿Cómo te llamas? -dije.
-Christian –respondió, mirándome con sus ojos rasgados.
Me sorprendió que un niño chino se llamara Christian... Charly, tal vez, pero Christian... Me di cuenta de que yo no sabía nada de niños chinos. Estábamos sentados en uno de los bancos de la plaza. Eran las tres de la madrugada y a nuestro alrededor la gente bebía y charlaba de sus cosas.
-¿Sabes Christian? -continué-: cuando seas mayor podrás venir con nosotros.
Christian sonrió con esa sonrisa típica de los niños chinos de las películas y se acercó mucho a mí. Me agarró del brazo y se quedó allí, acurrucado a mi lado.
Miré a mi alrededor. Un grupo de hombres y mujeres orientales discutía acaloradamente en otro banco, al fondo de la plaza. ¿Cuál de ellas será su madre? –pensé-.
Era viernes: la noche en la plaza continuaba. Algunas adolescentes llegaban con cara de sueño y se unían a uno de los grupos. Hacía cada vez más frío. Un mendigo enajenado caminaba de un lado para otro sin rumbo, hablando solo. Unas voces llamaron mi atención: eran los borrachos. Los mismos borrachos de siempre, que se pegaban al fondo. Alguien lanzó una botella al aire que se rompió con estrépito en alguna parte, entre la multitud. Unos bikers saltaban y hacían piruetas sobre el plano inclinado de la alcantarilla mientras un coro de jóvenes gays se besaban y cantaban canciones antiguas que hablaban de amor y libertad. Desde el pequeño cuadrado de cielo que cubría la plaza, la luna nos contemplaba, lanzando una luz triste y plateada sobre todos nosotros. Aquello era una noche más, sólo una fría noche más de una vida que ya se hacía eterna, y que continuaría así, sin ningún cambio, hasta que se enfriara completamente el mundo. Christian dormía sus sueños de niño sobre el banco. La multitud bebía.

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