jueves, 4 de septiembre de 2008

Van Gogh's Chair

Vincent estaba cansado. La llama de las dos últimas velas que aun continuaban encendidas apenas servía para distinguir los tonos de color. Alargó el brazo y acercó la botella de absenta a sus labios. Bebió un largo trago y suspiró. No le gustaba el cuadro. A un lado, en la silla, descansaba su pipa y un puñado de hebras de tabaco sobre un papel arrugado. En el papel, Vincent había escrito: “Allá donde los hombres levantan un muro impenetrable de tristeza, y donde el corazón se quiebra de dolor. Allá donde hace un nido la inquietud, y la vida, de pronto, se convierte, en algo que a todos les resulta indiferente. Allá donde diez mil senderos cruzan tu recorrido, y ninguno de ellos conduce a un buen final. Allá donde el árbol pierde todas sus hojas y se seca la orilla de los ríos. Allá donde el destino habita un sórdido lugar, se encuentra el reino en llamas de un alma estremecida, un alma, que siempre está buscando y no sabe encontrar”.

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