Vincent estaba cansado. La llama de las dos últimas velas que aun continuaban encendidas apenas servía para distinguir los tonos de color. Alargó el brazo y acercó la botella de absenta a sus labios. Bebió un largo trago y suspiró. No le gustaba el cuadro. A un lado, en la silla, descansaba su pipa y un puñado de hebras de tabaco sobre un papel arrugado. En el papel, Vincent había escrito: “Allá donde los hombres levantan un muro impenetrable de tristeza, y donde el corazón se quiebra de dolor. Allá donde hace un nido la inquietud, y la vida, de pronto, se convierte, en algo que a todos les resulta indiferente. Allá donde diez mil senderos cruzan tu recorrido, y ninguno de ellos conduce a un buen final. Allá donde el árbol pierde todas sus hojas y se seca la orilla de los ríos. Allá donde el destino habita un sórdido lugar, se encuentra el reino en llamas de un alma estremecida, un alma, que siempre está buscando y no sabe encontrar”.
jueves, 4 de septiembre de 2008
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