jueves, 11 de septiembre de 2008

Starry Night Over the Rhone

Aquella noche Vincent no conseguía dormir. Su espíritu estaba inquieto. Dio vueltas por la habitación y al fin, molesto y aturdido, como si atendiera a una llamada secreta que no pudiera eludir, se puso su chaquetón y salió a la calle.
No quería pintar. Su mente divagaba y no conseguía centrarse en un pensamiento concreto. Sin darse cuenta se encaminó a la orilla del mar, a un lugar que había visto hacía un par de días, desde el que se divisaba una playa cercana, y al fondo, la ciudad.
Hacía frío. Vincent sintió que era un ser absurdo una vez más. Encontró un buen lugar junto a unas piedras y se sentó a fumar. La vida le dolía dentro. Aquella noche, podía sentir en su alma todo ese sufrimiento que hacía de su existencia una herida constante, interminable, una herida profunda, abierta al infinito, que no dejaba de sangrar.
La noche avanzaba mientras el azar y el destino llenaban de estrellas el cielo. Vincent miró la noche y comenzó a pintar.
Pasó algún tiempo y ahora, desde la celda de su corazón, contemplaba una noche intensamente azul. Las estrellas brillaban en el cielo y en la línea del horizonte las luces de la ciudad brillaban también de un modo que aturdía su mente y sus sentidos. Ese juego de luces lanzaba destellos en el agua, dibujaba líneas, marcaba contornos y creaba cientos, miles, millones de matices de color. Todo aquello estalló en su mente. Estaba sofocado de la excitación. De pronto, un universo azul crecía ante sus ojos con una fuerza como nunca antes había sentido.
Vincent pintó aquel cuadro, encendido, con la certeza, la urgencia y la desesperación del sabio que sabe que nunca se volvería a repetir aquel instante. Cuando se iba a marchar, en el último instante, pasó una pareja y Vincent los pintó también. Ella iba cogida del brazo del hombre. Vincent sintió su soledad de un modo tan sólido e intenso que algo se desgarró por dentro. Cuando acabó tenía los ojos rotos y el alma cargada de dolor, y al mismo tiempo sentía una extraña sensación de paz. Había hecho su trabajo, lo único que sabia hacer y eso le redimía un poco.
Vincent sintió que pintar aquella escena de una noche estrellada sobre el Rhone había sido desde siempre el único sentido de su vida. Ahora, en ese instante, comprendió por fin que, de algún modo, aquella noche se había cumplido su destino. Ya no existía ninguna diferencia entre su obra y él. La noche, el cuadro y él eran lo mismo. En aquel lienzo Vincent había compuesto una última canción de amor para sus sueños.

1 comentario:

Cabrónidas dijo...

¿Qué fue de su oreja?