martes, 16 de diciembre de 2008

Bárbara en su red

En un rincón de un parque de las afueras de la ciudad, junto a una carretera solitaria, pasa estos días Bárbara. Ha llegado hasta este lugar con la última gota de gasolina que le quedaba en el depósito. Lleva ya cuatro días aquí, dentro del coche.
Es tarde; son las doce y cuarto de la noche y por la carretera ya no circula nadie. Bárbara enciende la luz que hay junto al espejo retrovisor y busca el litro de cerveza. Bebe un trago muy largo y apaga la luz. Todo está en silencio. Fuera del coche el frío y la oscuridad lo llenan todo. Aún queda algo de nieve entre la hierba. Bárbara se estremece. Se pasa la mano por el pómulo, rasca un poco la sangre seca de los bordes, y luego roza con cuidado sus dedos por la herida. Bárbara ya no recuerda bien, sólo sabe que se ha caído y que se ha golpeado con algo. Tiene un corte muy feo. Parecía que nunca iba a dejar de sangrar, pero ahora ya ha parado. Se palpa la parte inferior del ojo. Está bastante hinchado. Respira hondo. La blusa está manchada de sangre y los zapatos de barro. Piensa en que aún le quedan muchas horas por delante hasta que, por fin, amanezca. Busca de nuevo, a tientas, el litro de cerveza.
Bárbara se hunde en sus recuerdos. Piensa en el día en que nació su hija, en el tiempo que vivieron en aquella casa alquilada de la calle Mayor, piensa en su madre y su trabajo. ¿Qué fue de todo aquello? Hace frío dentro del coche. Empieza a tiritar. Las horas pasan, la botella se ha vaciado. Se está quedando adormilada, cuando, de pronto, un golpe le hace dar un brinco en el asiento. Tantea a toda prisa en la guantera buscando la navaja, pero en el caos de trastos no la encuentra. Los golpes se suceden en el cristal del coche. Bárbara está aterrada. ¡Déjeme en paz! -grita, mientras tantea por el suelo-. Una luz la deslumbra desde fuera. ¡Déjeme en paz! -repite sollozando-. Los golpes paran. Se oye una voz: ¡Señora, abra la puerta! Bárbara mira al exterior y luego, muy despacio, baja el cristal del coche. Su corazón aún late desbocado y siente que le duele de un modo horrible la cabeza. La voz desde la oscuridad le dice: buenas noches, señora, ¿me enseña el DNI y los papeles del coche? El hombre se lleva los papeles. Habla por radio. Al instante regresa. Señora -dice-, tendrá que acompañarnos.

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