miércoles, 3 de diciembre de 2008

Orden emocional

Bill se levantó y miró por la ventana. Aquella mañana de noviembre pensó en que le había dado todo a esa mujer. ¿Cómo podía decir que nunca le dio nada? Era temprano y el campo estaba cubierto de escarcha. El cuarto del apartamento estaba en silencio. Sólo si uno prestaba atención podía oír el murmullo lejano de algún coche.
Rosy, encendió un cigarrillo y llenó otra taza de café. La casa, sin Bill, parecía más fría y desolada. Al dirigirse a la mesa tropezó con un libro que asomaba por debajo del sofá y un poco de café se derramó en una esquina de la alfombra. Ese maldito estúpido –dijo entre dientes-, ¿cuándo demonios va a venir a llevarse sus cosas?
Era un día de fiesta y Bill no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Respiró hondo. Sintió que le dolía el pecho. ¿Que nunca le di nada? Lo mejor de mi vida -murmuró-, mientras buscaba las pastillas.
Rosy se terminó el café y, después de dudar un momento, encendió otro cigarrillo. Imbécil, egoísta -pensó-, mientras hojeaba el catálogo de un supermercado.
Bill entró en la cocina y miró el calendario. Noviembre -murmuró-, ya casi son dos años. ¿Como puede decir que nunca le di nada?
Rosy aplastó su cigarrillo, lanzó un suspiró prolongado, por un momento pensó encender el televisor, pero miró la hora, se dio la vuelta y regresó a la cama, que ahora parecía gigantesca.
Bill se quedó mirando a la ventana. Ahora le dolía más el pecho. Seiscientos días -murmuró-, ya casi son dos años. Se tomó otra pastilla y se metió en la cama. La cama parecía tan pequeña…

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