domingo, 28 de diciembre de 2008

Aún hoy la recuerdo

Ella pensaba que el mundo era muy grande, que al cielo le sobraban algunas estrellas. Que era muy triste no poder verlo todo, sentirlo todo, amarlo todo. En las noches de luna llena, salía a caminar y buscaba esa tranquilidad tan especial que siente una persona cuando camina sola a la orilla del mar. Luego, cuando regresaba tranquila hacia la casa, pensaba que algo de toda aquella intensidad del mundo se había perdido en el camino y sentía una gran melancolía. Así, ella hizo de su vida un continuo movimiento, como su caminar, y a cada instante, no podía evitar sentir que el mundo la esperaba, que una nueva experiencia estaba comenzando. Los viajes habían entrado a formar parte de ella. Era tan fácil sentir mientras viajaba. Llegó un momento en que se hizo adicta a aquella sensación de intensidad y todo en sus ojos reflejaba el cambio de ese mundo con el que había hecho un pacto de amistad. El mundo la había acogido y ella entendió que aquello sería para siempre y que nunca podría dejar de viajar porque ese mundo era su universo, el sitio donde ella era de verdad, donde existía, con su piel y su cuerpo, con su alma y su alegría. Ahora, después de tanto tiempo, algunas veces la recuerdo y en los pueblos pregunto por ella. Muchos me dicen que la han visto en lugares distintos, desiertos desolados, valles perdidos, remotas montañas a las que nunca ascendió nadie, ciudades que sólo existen en la imaginación de los viajeros.

2 comentarios:

mojadopapel dijo...

Me identifico bastante con esa persona de tu relato....jo.

Angel Pasos dijo...

hola mojadopapel: un saludo y gracias por tu comentario.