domingo, 14 de diciembre de 2008

Tocar fondo

Esta tarde hace demasiado frío hasta para los vagabundos. No se ve un alma por este lugar. Cae la tarde y el frío arrecia cuando aparece Lydia. Llega hasta donde estoy, caminando descalza sobre el suelo embarrado, con la mirada perdida. Cada paso que da apoya la planta de los pies con infinito cuidado, como si se quemara. Miro sus pies. Están hinchados y tienen síntomas de congelación. Se sienta junto a mí y bebe un trago. Lleva puesto un pantalón de pijama de color gris, que le cuelga de un modo desolador entre las piernas. Se cubre el pecho con un abrigo azul, y bajo él sólo lleva una camiseta rota. Me pide un cigarrillo.
Lydia tiene el pelo y los ojos negros, dibuja y le gusta escribir. También le gusta hacer teatro, pero hoy no está para esas historias. Ha pasado la noche en la calle, en medio de la nevada, y ahora está al límite de su resistencia. Acaba de cumplir treinta y dos años y lleva los labios pintados con restos de carmín de color rojo que la manchan un lado de la cara y la barbilla. Me dice que se marchó de casa hace dos días porque sucedió algo terrible. “Primero me encerré en el baño, luego salí de allí como alma que lleva el diablo” -dice-, y su cuerpo se estremece mientras recuerda lo que ahora es incapaz de expresar con palabras. Sus labios tiemblan de frío, como sus pensamientos, mientras me cuenta algunas cosas. Sabe que hoy ha tocado fondo. Hasta ella se da cuenta de que la aventura ha terminado. Mientras espero que llegue una ambulancia tenemos tiempo de hablar de muchas cosas, pero está agotada. A ratos comienza a delirar. Murmura sin parar cosas extrañas, y sin embargo, en un momento de extraña lucidez, Lydia me mira fijamente, y me dice que hoy, por fin ha comprendido que sus sueños nunca se cumplirán. Miro sus ojos: el viento se lleva sus lágrimas. A lo lejos se ve llegar a la ambulancia. También viene un coche de policía. ¿Qué vas a hacer mañana? Dice Lydia, temblando de pies a cabeza. Nada –respondo-, lo mismo que he hecho hoy.
Llega la policía. Ve con cuidado, niña -digo, mientras la ayudo a levantarse-, y me marcho de allí. También yo estoy temblando. Se pone el sol y el viento arrecia. Esta tarde, hasta los charcos y el barro tienen frío.

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