martes, 9 de diciembre de 2008

Escribir

El Sr. Selkirk se aburría. Aquella mañana había amanecido igual que ayer y antes de ayer. Un día de sol perfecto, un cielo azul sin nubes y el mismo mar interminable de cada día.
En esa isla no había nada que hacer, excepto escribir cada día su nota de socorro, meterla en una de las botellas y luego, lanzarla al mar con la esperanza de que alguien, en algún lugar lejano, la recogiera. Después de eso no había nada más. Sentarse y esperar a que pasara algo.
El Sr. Selkirk miró con aprehensión las cajas de botellas, la pluma y el tintero.
¿Qué pasaría cuando ya no quedara tinta o se acabaran las botellas?

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