jueves, 25 de diciembre de 2008

La ley

Todas las mañanas, mucho antes de que salga el sol, tan temprano que la autopista está completamente vacía, conduce camino del trabajo. Hoy, igual que cada día, ve por el espejo retrovisor como se aproxima a gran velocidad el coche negro. Es uno de esos coches oficiales, blindado, con cristales oscuros, que no dejan ver quién hay en su interior. Ese viene de fiesta, piensa el hombre. El coche pasa bajo el radar, e igual que cada día, ve el destello del flash por el retrovisor. Cada día una multa, piensa, pero el que viaja en ese coche está por encima de nuestras leyes.
El coche negro, enorme, llega a su altura y pasa a su lado, provocando una turbulencia que hace que su pequeño coche se tambaleé un momento. Debe ir a más de doscientos, murmura el hombre. El coche se aleja a gran velocidad, igual que cada día. Corona la cuesta de la autopista, pero hoy, a diferencia de ayer y antes de ayer, y de todos los días, patina en el asfalto, da un brusco giro y se estrella contra el muro de hormigón del puente. Rebota un par de veces contra los quitamiedos, salta la mediana y acaba boca abajo, en el carril contrario. Luego surge una llama y todo queda en silencio.
El hombre llega a su altura y baja del coche. Se acerca. No puede ver si hay alguien vivo dentro. Las puertas no se abren. Da una patada a un cristal, es un cristal blindado. El coche ahora está envuelto en llamas. Se aleja, saca su móvil y llama a emergencias. Mira a su alrededor, no se ve un alma, aún no ha amanecido.
Al cabo de unas horas aparece la noticia en todos los periódicos: “un ministro ha muerto en un accidente de coche esta mañana”. Un testigo que ha visto el accidente dice en el telediario de la noche: “hay una ley que nos iguala a todos”.

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