martes, 2 de diciembre de 2008

Y mientras tanto, la noche

Maruka miró a su alrededor. En el claro del bosque reinaba un profundo silencio. Sólo un pequeño pájaro posado en la rama de un cedro rompía aquel silencio. Se sentó a contemplarlo.
El pájaro golpeaba la madera con el pico en series rítmicas, y a Maruka le pareció que sonaba como un pequeño corazón lleno de vida, tac, tac, tac... Respiró hondo. Sintió en lo más profundo de su ser el frío del otoño. Era como una premonición de la noche y el hielo. Maruka pensó en su alma. ¿Qué había sido de su alma? El bosque le lanzaba una llamada apremiante para que se fuera de allí, para que ella escapara, pero era demasiado tarde. Maruka recordó fragmentos del pasado, su viaje a través de la hierba y de la noche, su cielo cubierto de dolor y su tristeza. Maruka recordó su soledad profunda y notó como se le encogía el corazón, tac, tac, tac… El pájaro seguía picoteando el tronco. Un pequeño ratón surgió de pronto junto a ella y la miró. Maruka sonrió con amargura.
Maruka habló y le dijo al pájaro, al ratón, al árbol: ¿sabéis? Lo peor de todo es esta sensación de no pertenecer a ningún sitio. Tener que estar en todas partes y en ninguna, como una extraña sin hogar. Vivir como de paso, con estas cuatro cosas que ahora se van deshilachando y desapareciendo mezcladas con la lluvia y con el tiempo. Todo esto es desarraigo. Mi vida es una vida sin hogar, sin familia ni amigos, sin amor ni esperanza.
Maruka recordó todos aquellos lugares que había frecuentado hacía algún tiempo y notó de un modo doloroso como su piel, poco a poco, se había ido secando, fundiéndose con todo, hasta hacerse algo inseparable de ese terrible viento helado, de las copas de aquellos árboles, de las hojas marchitas, de la tierra del bosque. Todo lo que fue de Maruka un día desapareció y no quedó de ella ni el recuerdo. Nadie ─al menos eso creía ella─, podía ayudarla a superar esta terrible maldición que era el olvido, porque nada podía hacerla resurgir. Traerla de regreso hasta su piel y dar calor de nuevo a aquel cuerpo gastado y a aquellos sentimientos. Sólo un milagro sería capaz de rescatarla del olvido que la había traído hoy a este claro del bosque. Maruka miró a su alrededor, se había levantado viento. Su corazón se fue de allí arrastrado por ese mismo viento. Mientras tanto, la noche la había rodeado. Maruka pensó en lo doloroso y triste que era estar muerta, también pensó en su amante, el hombre que un día, lejano ya, la había matado.

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